Físicas en el frente


Esta entrada ha sido escrita por Laura Morrón Ruiz de Gordejuela (@lauramorron).

El uso de los rayos x durante la guerra salvó la vida de muchos hombres heridos; también salvó a muchos de largos sufrimientos y dolencias.

Marie Curie

Septiembre de 1914. Marie mira de reojo la pesada caja colocada a su lado. El tren avanza hacia la nueva sede del Gobierno francés en Burdeos. El gramo de radio del laboratorio Curie debe mantenerse alejado del ejército alemán que amenaza París. Cuando el radio contenido en la maleta  esté a salvo regresará. Está decidida a colaborar con su país de adopción a través de la aportación de sus conocimientos científicos y quiere evitar que tanto el laboratorio de la calle Cuvier como las salas del nuevo Instituto del Radio de la calle Pierre Curie sean saqueados en su ausencia. Recuerda las palabras que le escribió a Irène a principios de agosto…”Tú y yo, Irene, buscaremos la manera de ser útiles”.

La contribución científica de Marie Curie al esfuerzo de guerra se basó en la aplicación de unas radiaciones que habían sido descubiertas veinte años antes por el físico Wilfred Conrad Röentgen: los rayos X. Algunas de sus principales propiedades de los mismos como eran su gran poder de penetración, el efecto luminiscente, o el efecto fotográfico, les conferían una gran utilidad en el diagnostico médico. Además, en el caso particular de las patologías más frecuentes en los heridos de Guerra como eran las fracturas o la inserción de metralla, existía una acusada diferencia de absorción entre los elementos a radiografiar y la técnica radiográfica era especialmente idónea.

Por aquel entonces, el empleo de equipos de rayos X se limitaba a la medicina civil. En el ámbito militar no se mostraba interés por las nuevas técnicas. Con el fin de subsanar este error y extender el empleo de los rayos X al terreno militar, Marie convenció al Gobierno francés para que le otorgase poderes para configurar los primeros centros de radiología militar de Francia. Una vez nombrada Directora del Servicio de Radiología de la Cruz Roja y con la ayuda de la Unión de Mujeres de Francia, aprovechó su popularidad como científica para conseguir las contribuciones privadas necesarias que le permitiesen adquirir equipos de radiología y vehículos donde instalarlos. La movilidad de los puestos de radiología es fundamental para poder seguir los movimientos del ejército.

Las unidades de radiología móvil que planificó, y que posteriormente serían bautizadas por los soldados franceses como petites Curies (pequeños Curies), consistían en vehículos que llevaban un aparato de rayos X en su parte frontal y una dinamo que, accionada por el motor del coche, producía la corriente necesaria. Para llevar a cabo su construcción convenció a diversos talleres de carrocería de automóviles para que transformasen coches y furgonetas. Consiguieron equipar veinte  unidades móviles, la primera de las cuales fue un camión Renault que entró en servicio a finales de 1914. A parte de estas unidades móviles también se construyeron doscientos equipos fijos en salas de radiología. Se estima que durante la guerra se empleó la técnica radiológica para atender a más de un millón de personas.

Los conocimientos de Marie respecto a los rayos x eran meramente teóricos, por este motivo y con el fin de poder utilizar el petite Curie, se formó en el uso de los equipos al tiempo que estudiaba anatomía. Por lo que se refiere al vehículo, aprendió a conducir y se instruyó en mecánica de automóviles.

Su primera ayudante fue la persona con la que más sintonizaba a nivel personal e intelectual, la persona a quien ya había prometido compartir esta experiencia: su hija Irène. Ésta, junto a su hermana Eve, había vuelto a París a principios de septiembre y se había diplomado en enfermería. A pesar de ser aún menor de edad, se había iniciado en el estudio de la radiología y contaba con una gran preparación científica dado que había seguido con sus certificados de licenciatura de la Sorbona obteniendo distinciones en matemáticas, física y química. Era la colaboradora que Marie necesitaba. Ambas realizaron el primer viaje al frente de batalla en otoño de 1914 con la compañía de un médico militar. Después de un año como asistente al lado de su madre, Irène ya estuvo capacitada para dirigir sus propias instalaciones radiológicas en el frente de batalla. De hecho, Irène acabó convirtiéndose en una verdadera experta en la práctica de los rayos X y en la mecánica de los equipos hasta el punto de que se solicitaba su ayuda cuando surgía algún problema con los mismos. Su labor fue reconocida por el Gobierno francés al final de la guerra mediante la concesión de una medalla militar.

En 1916 el gran esfuerzo que se había hecho por el aumento de las unidades móviles así como de los puestos de radiología era notorio. Sin embargo aún quedaba un problema sin resolver: no se disponía de suficientes personas que contasen con los conocimientos necesarios para operar con los equipos. Por ello, Marie fundó un programa de enseñanza para radiólogos e impartió clases junto a Irène de 1916 a 1918. En ese periodo formaron a más de ciento cincuenta técnicas cuya preparación, en ocasiones, era escasa. Además, cabe señalar que su actividad formativa no acabó tras la finalización del conflicto bélico sino que Marie siguió impartiendo cursos de radiología a los soldados estadounidenses hasta que éstos fueron repatriados en 1919.

Pero Marie e Irène no fueron las únicas físicas que estuvieron en el frente ayudando a los heridos. En el otro bando, Lise Meitner había seguido su ejemplo.

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Lise Meitner pensó en instalar un hospital militar en el instituto Kaiser Wilhelm en el que trabajaba. A tal fin, solicitó el apoyo de Max Planck y Ernst Beckman. Tras la negativa de ambos no se dio por vencida y decidió compaginar sus trabajos de investigación con la asistencia a cursos de anatomía y de técnico de rayos X. Más tarde, con las movilizaciones, simultaneó su colaboración con el hospital Lichterfelde como técnica de rayos X con el mantenimiento de un laboratorio que en esos momentos carecía de personal.

En el verano de 1915, Lise supo de las actividades que Marie e Irène desempeñaban detrás de las líneas del frente de Francia y decidió dejar Viena para ser voluntaria como enfermera-técnica en rayos X con el ejército austriaco. Ella siempre había admirado a Marie Curie y ocho años atrás había solicitado incorporarse a su laboratorio, incluso sin remuneración,. Para su disgusto, fue rechazada.

El 4 de agosto Lise Meitner subió a un tren que se dirigía a Polonia como integrante de una unidad de 220 hombres, 50 enfermeras y 10 médicos. Tras su entrenamiento y vacunación, había sido asignada como voluntaria a un hospital militar situado en Lemberg, situado a unos 40 km del frente ruso. Durante el trayecto, que duró 60 horas, ya pudo comprobar las huellas de destrucción que dejaba la guerra en las zonas de combate. El objetivo era convertir el instituto técnico local en un hospital de campaña. Hasta aquel momento, sólo se contaba con un hospital de campo que no podía dar cabida a la gran cantidad de heridos que llegaban diariamente. El nuevo hospital permitiría que los enfermos permaneciesen más tiempo para recuperarse.

Hasta que los equipos de rayos X no estuvieron instalados, desempeñó todo tipo de tareas: ayudar en las operaciones de cada mañana, limpiar mesas de operación e instrumental, vendar a los heridos… Una vez las instalaciones estuvieron listas, y tal como dejó reflejado en sus cartas, podía hacer más de 200 radiografías diarias. Sin embargo, la extrema gravedad de los soldados que atendía, hacía que en la mayoría de ocasiones el empleo de las técnicas radiográficas no contribuyese a su salvación.  Cada vez que lo hacían sentía una profunda satisfacción: “El cirujano me dijo que los rayos X han salvado la vida de al menos uno de los heridos,…Esta es una pequeña alegría entre tantas calamidades”. También era el mecánico del hospital.

Durante el día los pacientes ocupaban todos sus pensamientos, pero por la noche le invadía la nostalgia por su actividad científica anterior: “A veces siento nostalgia por la física, siento que ya apenas sé lo que es la física”.

A principios de 1916, la actividad en el hospital decreció debido a que el frente oriental había alcanzado un punto muerto. Lise solicita el traslado al sur, a una zona donde la gran intensidad del conflicto haga su actividad más necesaria.  Mientras no se produce el traslado visita Berlín y trabaja en el Instituto de Radium de Stefan Meyer en Viena. En el nuevo destino, Trento, el trabajo vuelve a decrecer y solicita que la envíen a «algún lugar donde haya trabajo». Finalmente, el destino es Lublin. Allí vive una ofensiva rusa de tal magnitud que los médicos, agotados y enfermos, son incapaces de tratar la multitud de heridos. Lise siente que ya no es útil, que su lugar está en el Kaiser Wilhelm Institute: «Sin mí las cosas irían igual de bien. Si estoy en lo cierto, mi deber es volver al Kaiser Wilhelm Institute. Digo mi deber porque si hubiera seguido mis deseos, habría regresado haría mucho tiempo». En octubre de 1916, Lise volvió a Dahlem.

La vida de Marie, Irène y Lise siempre tendrá vínculos de unión. En el futuro serán rivales científicas, competirán por el descubrimiento de los secretos del núcleo.

Bibliografía:

Ruth Lewin Sime – Lise Meitner A life in Physics

Cropper W. – Great Physicists

Barbara Goldsmith – Marie Curie, genio obsesivo

Eve Curie – La vida heroica de Marie Curie

Isaac Asimov – Momentos estelares de la ciencia

María José Casado Ruiz – Las damas de laboratorio

Philip Steele – Marie Curie

José Manuel Sánchez Ron – Marie Curie y su tiempo

7 Respuestas a “Físicas en el frente

  1. Pingback: Todo lectura, pero no lectura

  2. Desde un principio, la Radiologia ha estado ligado a las ciencias de la salud, esto debería mantenterse así, y desligar a la Radiologia de otros aspectos como las bombas o cuestiones bélicas, las cuales han sido cortesía de intereses oscuros en la historia de la humanidad.

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  6. Éstas eran las circunstancias prevalecientes cuando Lenard comenzó su trabajo con los rayos catódicos en 1893. En 1892, Hertz había descubierto ya, que los rayos catódicos eran capaces de atravesar el metal si se trataba de una capa suficientemente fina. Lenard empezó a experimentar, de forma que para el intento de sacar los rayos catódicos fuera del recipiente, empleó un tubo que no estaba hecho completamente de vidrio, sino que en un extremo terminaba en una lámina muy fina de aluminio. Cuando los rayos catódicos alcanzaron esta “ventana de aluminio” de Lenard, observó que la atravesaban y continuaban su camino por el aire fuera del tubo. Esto constituyó un descubrimiento con las consecuencias más profundas, sobre todo en lo que al estudio de los fenómenos de radiación se refiere.

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